La ecografía 3D es una técnica de diagnóstico por imagen que se introdujo en ginecología a finales de los años 80 y principios de los 90. Ofrece una resolución y nitidez excepcionales en comparación con la ecografía convencional en 2D. Es segura tanto para la madre como para el feto y se puede realizar en cualquier momento del embarazo.

Esta técnica se basa en el mismo principio básico de los ultrasonidos, pero agrega la medición del volumen fetal. A diferencia de la ecografía 2D, que muestra imágenes en dos planos, la ecografía 3D proporciona imágenes estáticas en tres dimensiones con mayor claridad y detalle.

El proceso de una ecografía 3D es similar al de una ecografía ginecológica tradicional en 2D. Implica tres fases:

  1. Análisis del volumen fetal y recopilación de datos sobre la posición y tamaño del feto en 2D.
  2. Análisis multiplano de los datos recopilados.
  3. Reconstrucción de la imagen en 3D a partir de los tres planos en el espacio.

Esta prueba se puede realizar de forma vaginal o abdominal. Una ventaja significativa es que permite una detección más precisa de malformaciones fetales y anomalías en la piel del feto, como el labio leporino. Además, facilita un diagnóstico más rápido y ofrece ventajas pedagógicas al permitir a los padres ver el desarrollo del bebé. También pueden conservar imágenes en formato digital como recuerdo.

Sin embargo, algunos inconvenientes son que se requiere una buena imagen en 2D como punto de partida, y el proceso puede llevar tiempo. La calidad de la imagen puede verse afectada si el feto se mueve durante la exploración. Además, la ecografía 3D puede ser más costosa que una ecografía 2D convencional.

Es esencial que las condiciones en el momento de la ecografía sean adecuadas, incluida la posición del feto, su movilidad y la cantidad de líquido amniótico. La ecografía 3D no debe reemplazar otras ecografías de seguimiento gestacional, y se recomienda realizarla entre las semanas 24 y 32 del embarazo.