El melasma, también conocido como cloasma, es una afección cutánea que se caracteriza por la aparición de manchas oscuras en la piel. Estas manchas suelen ser de color marrón o grisáceo y generalmente aparecen en áreas expuestas al sol, como la cara, el cuello y los antebrazos.
El melasma es más común en mujeres, especialmente durante el embarazo (melasma gravídico) debido a los cambios hormonales, pero también puede afectar a hombres y personas que no están embarazadas. Entre los factores de riesgo para desarrollar melasma se encuentran la exposición solar excesiva, antecedentes familiares, cambios hormonales (como el uso de anticonceptivos orales o terapia de reemplazo hormonal) y ciertos medicamentos o cosméticos.
El melasma no causa síntomas físicos más allá de la aparición de las manchas, pero puede tener un impacto emocional en quienes lo padecen debido a su apariencia estética. El diagnóstico se realiza generalmente a través de la evaluación clínica y no se requieren pruebas adicionales.
El tratamiento del melasma puede ser desafiante y generalmente se enfoca en la prevención y el manejo de los factores desencadenantes. Algunas opciones de tratamiento incluyen:
1. Protección solar: El uso de protector solar con un factor de protección solar (FPS) alto y la limitación de la exposición al sol pueden ayudar a prevenir la aparición o empeoramiento del melasma.
2. Medicamentos tópicos: Se pueden recetar cremas o geles que contengan ingredientes como hidroquinona, ácido azelaico, ácido kójico o corticosteroides para ayudar a reducir la pigmentación de la piel.
3. Procedimientos dermatológicos: En casos más graves o persistentes, se pueden recomendar tratamientos dermatológicos como peelings químicos, microdermoabrasión, terapia láser o luz pulsada intensa (IPL) para ayudar a mejorar las manchas.
Es importante destacar que el melasma puede ser una condición crónica y recurrente, por lo que el tratamiento puede requerir un enfoque a largo plazo.